Cuando somos niños, nuestro mundo interior
es tan intenso, que solemos pensar que el mundo exterior se tiene que adecuar a
nuestras necesidades y deseos. Y nuestros dibujos son, más que nada, una
representación simbólica de la realidad. Nuestra representación se irá
ajustando a la realidad exterior a medida que nosotros mismos vayamos
agudizando nuestra visión, nuestra conciencia de las cosas. Los enojos, los
caprichos y la congoja del niño, suelen tener que ver con esa desilusión de lo
que ellos esperaban y lo que la realidad es.
Cuando planeamos algo, lo hacemos desde
nuestra mente, desde nuestra imaginación. A veces, los planes parecen
maravillosos, y, sin embargo, chocan con
la realidad y no funcionan. Nuestros planes suelen caer estrepitosamente, como
aquellas máquinas que intentaban volar en los inicios de la aviación. Se
conservan imágenes de esos intentos fallidos por despegar del suelo y, al
verlas, nos causan mucha gracia. Ese
desajuste entre lo que el inventor imaginó y cómo funciona en la realidad, es
lo gracioso, y cuanto mayor el desajuste, mayor la gracia que nos causa
Puedo contar una anécdota referida a un
agricultor de mi región. Su campo queda sobre la ruta y yo pasaba a diario y
veía lo que sucedía. Sembró el maíz en medio de un bosque de malezas, y aplicó
un herbicida de los que se llaman “totales”. Me parecía ver su idea, de que al
nacer el maíz las malezas estarían muertas por la acción del herbicida total,
el plan podría haber funcionado. Sin embargo, una de las malezas ya era grande
y resistió al herbicida, y el pobre
agricultor tuvo que ver crecer a su maíz
en los claros del bosque de esa maleza.
La realidad permite distinguir al genio del
loco o delirante. El genio tiene ideas descabelladas, y sin embargo, muchas funcionan
en la realidad. Nos parecen descabelladas porque son nuevas, no tienen modelos
o referencias anteriores. En cambio los planes del loco no se ajustan de ninguna
manera a la realidad. La realidad es el juez imparcial entre ambos.
Y me resulta muy entretenido ver el tema del
tiempo, nuestra capacidad de administrarlo y de ser objetivos con los tiempos
que disponemos. Nuestro mundo de ideas,
dice: ”voy a ir acá, allá, voy a hacer esto y aquello”, y, suele ocurrir, que,
en el tiempo que disponíamos, no hicimos ni la mitad de lo planeado. Nuestra
capacidad de ser objetivos al manejar el tiempo, también indica nuestra
capacidad de ver la realidad, más allá de lo subjetivo.
El plan y la realidad suelen no ajustar
porque no se consideraron factores del sistema, factores que eran necesarios considerar, o
porque ocurren imponderables, que también es necesario considerarlos. Por eso
los ingenieros cuando calculan el grosor que tiene que tener una columna para
sostener un peso, siempre van a agregar un coeficiente de seguridad, al mero
cálculo matemático.
Lo interesante de este juego del plan y la
realidad, es que también va a tener incidencia sobre nuestra capacidad de ser
dueños o víctimas del destino. Si tenemos la visión infantil de “todo se va a ajustar a lo que queremos”,
si distorsionamos la realidad para que coincida con nuestro deseo, si pensamos
que el plan va a funcionar o que vamos a llegar a tiempo porque Dios nos va a
ayudar, vamos a ser continuamente víctimas del destino. En cambio, si empezamos
a ver al mundo como es, sin cargarlo con nuestros colores, y consideramos todos
los factores del sistema, y consideramos que siempre hay probabilidades de que
ocurran imponderables, y más aún, si prevemos que haríamos en esas
circunstancias, nos sentiremos un poquito más dueños de nuestro destino. Y
puede que hasta nuestros planes, incluso funcionen, a veces.
Daniel Ilari - 2005
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