El perdón, tiene su magia. Alguien hace algo
malo, se porta mal, y cuando está esperando nuestra reacción, nuestro castigo,
de pronto, aparece el perdón. Los niños y, muchas veces, los adultos también,
suelen portarse mal para ver cuál va a ser nuestra reacción. Los niños pueden
hacerlo para ver “hasta dónde los queremos “, o, para ver qué es lo que
realmente hay dentro de nosotros, para ver qué es lo que hacemos cuando alguien
que nos trata mal.
Cuando alguien tiene una mala acción, y de
nuestra parte no sale nada malo, no tiene nada para “echarnos en cara”, se
queda ante el espejo de su propia conducta. Por ejemplo, si alguien nos dice
algo de mala manera y nosotros no reaccionamos de la misma forma, no va a tener
la excusa de decir: “yo la insulté pero él también me insultó”. El perdón tiene
su magia porque, de pronto, puede producirse el milagro del cambio en la otra
persona, gracias a que le ponemos un espejo delante, para que vea su manera de
comportarse.
Esta es la magia del perdón, que hay que
usarla siempre que sea posible.
Ahora, supongamos que la situación se
repite, que no se produjo ninguna magia y la persona sigue con su conducta
inapropiada. Entonces tenemos la herramienta del límite, de poner el límite y
decir: “hasta aquí lo tolero y más de acá no lo tolero más”. Esta herramienta
es muy importante porque, si no sabemos usarla, no hay progreso ni en la
víctima ni en el victimario, la situación del maltrato se repetirá infinidad de
veces. El límite es sano porque le hace ver a la otra persona dónde está
nuestra frontera, le hace ver que está actuando mal, y que si persiste con su
conducta, nosotros vamos a accionar.
Una vez puesto el límite hay dos caminos
posibles. La que prefiero es la que yo llamaría “así no juego más”. Vamos a
suponer que estamos jugando a la pelota y el otro jugador actúa bruscamente y
nosotros le decimos: “si juegas fuerte otra vez, yo no juego más con vos”. El
otro camino era, “si vos juegas fuerte, yo también voy a hacer lo mismo”, sería “vos me pegas, yo
te la devuelvo”. Prefiero el primer camino, porque en éste último, nos
rebajamos a la misma conducta primitiva del otro. Y el primer camino muestra mejor
nuestra independencia psicológica, el otro actúa mal y nosotros no tenemos por
qué también hacerlo y seguir con ese juego.
Saber usar estas dos herramientas, el perdón
y el límite, les va a resultar muy útil para mantener un equilibrio saludable
en el mar de las relaciones humanas.
Daniel Ilari - 2005
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